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Apología de la democracia

Apología de la democracia

Por Redacción
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localcuencanewses/5/5/16
lunes 14 de noviembre de 2011, 00:10h

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La política y el fútbol pueden parecer a primera vista dos facetas de la vida que nada tienen que ver: mientras la primera aburre, la segunda divierte; una nos entristece e irrita por sus actuales desfalcos y falta de ética, mientras que en la segunda cualquier inversión millonaria en apellidos extranjeros está justificada y, por supuesto, todo es válido si se vuelve con la copa a casa.

 

Sin embargo, y como hemos podido empezar a intuir por la última comparación, el deporte nacional y la política quizá no estén tan separados como pudiera parecer a simple vista. Durante los siguientes párrafos centraremos esta comparación en el fanatismo y la pertenencia irracional, e incondicional, que muchas personas profesan a su equipo de fútbol favorito y, por otro lado, a su partido político de toda la vida.

¡Viva er Béti man’que pierda! Ésta sería la frase que mejor resumiría la necesidad de pertenencia que muchas personas encuentran en el fútbol. No importa si tu equipo ha jugado mal; no importa que hayan expulsado a tres de sus jugadores por clarísimas agresiones al equipo contrario; no importa que la ética del entrenador se asemeje a la de un chimpancé en celo… juegue como juegue y haga lo que haga, er Béti -por poner un ejemplo, ruego me perdonen los seguidores del Betis que sigan a su equipo de manera deportiva- fue, es y será el equipo al que apoyaré y respaldaré hasta el día del juicio final.

Estoy convencido que, bajo este mismo razonamiento, existe una gran multitud de votantes que, con el carné de –introduzca aquí su facción política menos apreciada-, e incluso sin él, acuden como borregos a las elecciones sabiendo de antemano que su voto será el mismo del año pasado: año tras año, elección tras elección, década tras década.

Y digo como borregos -y que me perdonen también los borregos- por acentuar la faceta animal de esta acción, pues una de las cosas que distinguen al ser humano de los animales –junto con su empeño en preocuparse por cosas que no han pasado y que es muy probable que no pasen nunca- es su capacidad de juicio y raciocinio: algo cada vez menos común. Es posible que, por ello, el sentido común, como dice el saber popular, sea el menos común de los sentidos. Puede que uno de los próximos artículos que escriba trate sobre este sentido y la tiranía que ejerce sobre nosotros.

¿Cuántas veces nos hemos interesado de verdad por las promesas políticas de unos y otros? Antes sólo había que esperar que nos llegaran la propaganda electoral por correo, con el sobre del voto listo para usar al más puro estilo fast food. Leer la propaganda electoral era una opción muy poco socorrida.

Hoy todo ha cambiado para que, al más puro estilo lampedusiano, todo siga como está. No importa que tengamos el mundo a varios click de distancia; es más que probable que en las próximas elecciones pocos se preocupen de hacer una navegación política previa al voto que efectuarán para asegurarse de que su opción será la acertada, ya no sólo para él/ella, sino también para la sociedad en la que vive.

Bien es cierto que la crisis política que vivimos no ayuda nada en absoluto a la hora de creer que la fiesta de la democracia, sus elecciones, van a servir para cambiar el desolado panorama que nos encontramos en este momento. Pero, por otro lado, debemos reconocer que es uno de los pocos momentos en los que se nos pregunta directamente qué queremos. Quedándonos en casa, para luego quejarnos por todo, lo único que podemos hacer es empeorar las cosas.

Ir o no a votar es una elección que todo el mundo debería plantearse seriamente, así como cualquier otro tipo de acción política que sirva para demostrar nuestras opiniones; no todo es votar y trabajar. Para los que creemos en la democracia, y el próximo día 20 iremos a las urnas, la respuesta no debería basarse en un simplista ¡Viva er Béti man’que pierda!, pero, de la misma manera, no todo debería quedar entre bambalinas hasta las próximas elecciones.

Es posible que el sistema electoral necesite una profunda reforma pero, mientras se realiza, deberíamos sopesar qué es lo más sensato: ¿boicotear o apoyar el sistema? Cuando la fuerza del río es demasiado fuerte para nadar en contra, quizá sea más sabio aprovecharse de ella para ir cerca de donde queremos… y no donde nos gustaría ir exactamente.

Fernando Savater (2007) resume sabiamente este planteamiento en dos verbos: pertenecer o participar. Cambiar de voto en función de las circunstancias (económicas, políticas, culturales, etc.) no debería ser entendido como un síntoma de deslealtad –sobre todo pensando en la lealtad y ética de algunos de los políticos europeos, véase al caballero Berlusconi, por ejemplo- sino como un signo de sensatez y preocupación por el presente y el futuro de nuestro país.


Mi deseo es que todas estas palabras nos sirvan para pensar, durante al menos un segundo, en cuáles son las prioridades que mueven nuestras acciones y en cómo muchas veces es necesario cambiar de opinión pues, seamos sinceros, ¿Alguno de los lectores se pintaría la cara, se disfrazaría y se pasaría la noche dibujando una pancarta para ir a recibir al aeropuerto –a puerta gayola- al último premio Nobel? Y cuando digo Nobel podemos hablar de cirujanos que ganan la partida a la muerte, científicos que descubren lo impensable y filósofos que transforman la entidad humana, entre muchos otros puestos de igual renombre e importancia.


La respuesta, queridos lectores, es tan clara como bochornosa. ¡Qué tendrá el fútbol –y la política- que nos acerca tanto a los animales!

 

 

José Luis González Geraldo
Facebook.com/joseluis.ggeraldo

 

 

Savater, F. (2007). Política para Amador. Méjico: Ariel.

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